Opinion

Fecha de publicación: Domingo, 08 de Diciembre de 2019 Hora: 08:43:58

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Por JUAN CARLOS DÍAZ M.

 

La solicitud que hicieran los abogados de la polémica Enilse López, para que le practicaran un examen siquiátrico al alcalde electo de Cartagena, William Dau, trajo a la memoria de muchas personas mayores a otros personajes que también llegaron a ocupar la silla principal en el Palacio de la Aduana y que hoy son recordados por sus díscolos comportamientos.

 

Sin dejar de pasar por alto los frecuentes episodios explosivos protagonizados por el exmandatario Guillermo Paniza Ricardo (de Ovejas, Sucre) que fueron vox pópuli en su época como las tiradas de teléfonos, directorios o insultos subidos de tono, o agarrarse a trompadas con su cuñado en pleno despacho, y las  excentricidades de don Vicente Martínez Martelo, o las rabietas de Nicolás Curi, a quien llamaban ‘culebra en frasco’, precisamente por los ataques de ira que sufría; hubo un mandatario que gozó de mucha popularidad, tanto por sus buenos oficios como alcalde de los cartageneros como por su carácter impulsivo, su mamagallismo y su particular forma de arreglar entuertos: Juan C.

Arango Álvarez.

 

‘Juancho’ Arango, como lo llamaban desde los más encopetados hasta los más humildes, fue en dos oportunidades alcalde de Cartagena de Indias, un primer periodo del 14 de octubre de 1961 a mayo 10 de 1962, y el segundo del 13 de junio de 1972 al 14 de agosto de 1974.

 

Carlos Crismatt Mouthón, en una reseña periodística, describe a este personaje de la siguiente manera:

“Juan C.

Arango Álvarez fue el más cartagenero de los colosoanos; en la Heroica se hizo médico de la Universidad de Cartagena, se especializó en oftalmología, fue dos veces alcalde de la ciudad, representante a la cámara y rector de su alma máter, y  en todos sus documentos se identificaba como Juan C.

Arango Álvarez, y no usaba su segundo nombre de Crisóstomo, sino apenas la 'C' inicial; pero el pueblo que lo quería siempre lo llamó 'Juancho' Arango”.

 

Juancho Arango, padre de la actual ministra de Trabajo, Alicia Arango, nunca se quitó de su alma ese acento benevolente que trae consigo la persona que se cría en medio de pastizales, bramidos de ganado y cantos de pájaros al amanecer.

Como oftalmólogo fueron centenares de intervenciones y consultas que hizo de manera gratuita a los más necesitados y el sueldo que recibía, cuando fue Alcalde, lo compartía también con la gente.

Eran los tiempos en que alcaldes y gobernadores no necesitaban de camionetas blindadas con más de 8 escoltas para recorrer la ciudad,  hablar con la gente de tú a tú y resolver sus problemas.

 

Señala Crismatt que aunque algunos lo tildaban de cascarrabias, ‘era proverbial su sentido del buen humor; por ello, no se hace raro que algunas de las anécdotas que se le atribuyen sean muy recordadas’.

 

Famoso fue el episodio que protagonizó con un turista bogotano que se quejó en un ascensor, donde también iba el alcalde Arango, porque la energía eléctrica la quitaban a cada rato.

 

“Quién será el hp del alcalde para darle una cachetada”, dijo el turista.

“Yo”, respondió Arango y se trenzaron en una feroz pelea a puño limpio dentro del ascensor en la que el visitante quedó con una oreja muy maltrecha por el mordisco que le dio el primer mandatario; y ese turista bogotano resultó ser uno de los médicos personales del entonces Presidente de la República.

 

A los pocos días, en la inauguración de la Plaza de Toros de Cartagena, con el presidente Misael Pastrana presente, el público gritaba: ‘oreja, oreja, oreja’, sin haber empezado la corrida; ¿”Qué pasó”?, le preguntó Pastrana al gobernador Álvaro de Zubiría.

¿”Por qué piden oreja sino ha empezado el espectáculo”?, y Zubiría le relató lo sucedido unos días anteriores.

 

Cuenta el compositor Adolfo Pacheco que le quedó debiendo un merengue a ‘Juancho’ Arango, pues si no hubiera sido por su oportuna intervención habría quedado ciego de ambos ojos después que le explotó una gamberra (buscapié gigante de la época) en sus narices y las esquirlas lo dejaron sin vista durante varias horas.

 

“Conocí de cerca a ese gran personaje, que tenía la particularidad de caerle bien a todo el mundo, era muy bromista y echador de cuento”, sostiene Pacheco.

 

Una de las enécdotas contada por el propio Arango a Pacheco ocurrió en su natal Colosó (Sucre), cuando el cura de esa población le pidió por cuarta vez un chance hasta Sincelejo, en las ‘escapadas’ que a veces hacía Arango en su segundo período como alcalde de Cartagena.

Pacheco cuenta: “Tenía una camioneta Ford Ranger, y cuando iban en la vía hacia Sincelejo, en terreno de cascajo, aceleraba hasta 150 kilómetros el vehículo para asustar al sacerdote y así no le volviera a dañar su encuentro furtivo; El cura le suplicaba que bajara la velocidad, que se iban a matar, a lo que Juancho respondía que no se preocupara, que él (el cura) era el representante de Dios en la tierra y estaban protegidos”.

 

-Y tu crees en esas maricadas, le contestó el sacerdote asustado, pero  nunca mas le pidió un chance a Juancho Arango en su camioneta.

 

Esa particular manera de resolver los problemas también la utilizó cuando los dueños de los bares y cabaret que estaban en la zona de tolerancia de Tesca, se resistían al traslado de ese lugar; y en uno de los días que estaban citados todos para definir ese lío, hizo que un fotógrafo que llevó camuflado, les tomara fotografías, y les anunció que al día siguiente en los periódicos locales iban a aparecer y la ciudad se iba a enterar quienes era los propietarios de los sitios de lenocinio.

Ese mismo día firmaron el traslado.

El periodista Carlos José Romero recuerda un pasaje que Miguel Polo Sarabia le comentó y que retrata a Arango a su plenitud.

Un día, por descuido, se voló un semáforo en rojo.

Frenó, se orilló y él mismo se impuso una multa.

 

ARANGO ES LOCO

 

El carácter desenfrenado del hombre nacido en Colosó fue objeto, como es natural, de ataques y reproches de algunos sectores, como en la época cuando fue rector de la Universidad de Cartagena, según lo reseña Carlos Crismatt Mouthón.

 

“Era rector de la Universidad de Cartagena y los estudiantes que estaban en huelga madrugaron para pintar un letrero a la entrada de su oficina que decía "Juancho Arango es loco".

Cuando llegó a la universidad y comenzó a subir las escaleras, los estudiantes se fueron detrás de él para ver su reacción.

Pero cuando llegó y leyó lo que habían escrito, se apresuró a buscar pincel y pintura, pero -ante la desilusión de los estudiantes- no para tacharlo, sino para agregarle "..

y calvo".

 

Pero también fue un hombre valiente y que tenía mucha visión, como fue la de hacer en 1973 una reserva de terrenos en las faldas del cerro de la Popa, declarándolos de utilidad pública.

Y lo hizo porque ya era evidente la erosión que presentaba por la acción de quienes hacían cultivos, extraían materiales y establecían viviendas, lo que aumentó la destrucción de gran parte de la vegetación nativa.

Quizás, según Crismat Mouthón, si en estos 40 años se le hubiese puesto atención a su llamado, se habría prevenido el desastre del barrio San Francisco y los que puedan suceder en el futuro.

 

Personaje mítico de la región, con una vocación de servicio social tan evidente, que se dio el lujo de renunciar a la curul que ganó en la Cámara de Representantes por dos motivaciones irrefutables: la primera, porque no le quedaba tiempo para visitar a sus pacientes que atendía de manera gratuita, y la segunda, y más contundente, acudiendo a su sentido del humor: ‘porque encontraba la comida fría y a la mujer caliente’.

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