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La presente historia no es un cuento chino, ni tampoco una historia imaginaria, pero los nombres reales de los protagonistas son ocultados para proteger su identidad y evitar acciones en contra nuestra, producto de la mordaza judicial del emperadorcito de turno, quien proviene de los lejanos Montes de María.
Las pesquisas nos llevan a una semana antes de las fiestas novembrinas, cuando desde el palacio barcelonés, le habrían entregado a uno de los lacayos un maletín de cuero ordinario (NO VELEZ), con una gruesa suma de dinero en muchos sobres y una lista para repartir ese dinero entre Los Heraldos (1) del emperadorcito, con la consigna de que a partir de esa fecha firmaran un decálogo de buenas noticias y solo se hicieran anuncios de buenas cosas, ocultando la cruda realidad que atravesaba el reino, y para ello convocó a un conclave al sanedrín de los heraldos abyectos en la cafetería de un sitio llamado OUTLET de Nuevo Bosque, donde se suscribió EL PACTO DEL OUTLET, casi similar al Pacto de Ralíto.
(1) Los heraldos eran personas que se encargaban de entregar mensajes, anunciar algo que iba a suceder o había sucedido, transmitiendo las informaciones por boca del rey o emperador:
En la antigüedad, los heraldos eran oficiales de la corte que transmitían órdenes de los monarcas, convocaban a las personas citadas por el rey, silenciaban a la gente para que los soberanos pudieran hablar en público, y en ocasiones ejecutaban las órdenes, o engañaban al pueblo con falsas informaciones.
Pero como el lacayo designado que tenía el encargo, carecía de experiencia en el manejo de dinero en grandes cantidades (si acaso para las recargas de Transcaribe), metió las patas y confundió los nombres homónimos y los sobres, entregando dinero de más a unos, de a poquito a otros y algunos nada, porque el billete no le alcanzó, y aquí se le armó la de Troya aunque sin el caballo de madera.
Algunos de los heraldos, entre quienes estaban el pastor de los campanos y un líder heráldico de sindicatos, salieron presurosos con su sobre abultado a un supermercado para hacer una buena compra de alimentos que había mucho tiempo no podían, limitándose solo a la tienda del cachaco; además de eso aprovecharon para pagar sus servicios públicos y comprar dos bandejas de cerveza.
El primer gran error del lacayo designado fue confundir el sobre de un RAFA, con el de otro homónimo, aunque ambos se han dedicado al tema deportivo y noticioso; pero para uno eran tres palos y para el otro un solo palo; y aquí chilló la puerca.
Luego a dos más les dieron en un sobre de dos palos, cuando solo era uno, y luego los llamaron para decirles que tenían que regresar el excedente; pero como dice el canciller de Lorica “Los caimanes no regurgitan”, y nadie quiso hacer el vómito negro; “marica el último”.
Hasta las mujeres participaron de este reparto de dinero y de las equivocaciones; a una comadre que es aleluya en el templo vecino del OUTLET, también le dieron el doble de lo que le enviaron, y tampoco lograron que regurgitara.
Previo a eso, a mediados de la segunda semana de octubre, el emperadorcito, también designó a otro lacayo cercano a los Montes de María a orillas del Canal del Dique, para hacer un riegue con destino a buenas noticias de un festejo que se iba a realizar, pero la vaina se le salió de las manos, porque estos heraldos son “boca suelta”, y se aparecían acompañados de dos y tres más que no estaban en la lista ni en los afectos del emperadorcito, por lo cual mucha gente se quedó sin su mendrugo de pan.
Aquí finalizamos por el momento estas historias que dice la gente, y que FRENTE A FRENTE se las contamos.
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