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Fecha de publicación: Miercoles, 29 de Mayo de 2024 Hora: 07:44:42

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LA PRESENTE COLUMNA NO REFLEJA EL PENSAMIENTO GENERAL DE ESTE PORTAL DE NOTICIAS,  SON CONCEPTOS NETAMENTE PERSONALES DEL ESCRITOR

 

Por MÓNICA VÉLEZ BUSTAMANTE

 

Quienes apoyan o niegan  sobre la teoría que establece la existencia de dos Cartagena en una misma ciudad han estado en constante puja, cada parte argumenta justificaciones interesantes de su posición dando colorido al debate y apuntalando hacia la necesidad de evitar escisiones dentro de la población como una consolidación de identidad alrededor de nuestra ciudad.

 

 

No obstante, sin ánimo de inclinar la balanza hacia alguna de las dos vertientes, la realidad del día a día en Cartagena, demuestra que hay dos facetas de una ciudad mágicamente complicada, heroicamente sobreviviente pero que agoniza desde su verdadero patrimonio, que es su gente.

 

 

En primera instancia se cuenta con la Cartagena blanca, icono de turismo y destacada mundialmente, al punto de convertirnos en la capital turística del país, una ciudad con aumento en la llegada de cruceros, vuelos, organización de congresos, sede alterna de la Presidencia y Cancillería, portada de revistas e imán de amantes de la historia; paralelamente, nos hemos convertido en centro de importantes inversiones para construcción,  lo que  significa que es una ciudad en donde vale la pena tener finca raíz.

 

 

 

El sector industrial ha obtenido un crecimiento significativo y resaltan como ventaja comparativa el fácil acceso y amplia capacidad del puerto; aunque en los últimos años  y luego de  los estragos de torpes maniobras en la economía nacional, durante el periodo de la pandemia, la creciente violencia, caracterizada por imparables asesinatos, este crecimiento se ha visto en  pausa, hoy vivimos la consecuencia de elevados alzas a la gasolina a causa de la eliminación de los subsidios al combustible, medida que se toma por el saldo negativo de más de quince billones en el fondo de estabilización, saldo heredado del gobierno DUQUE, pero eso es tema de otra conversación.

 

 

De manera alterna está la Cartagena negra, cuyas necesidades básicas insatisfechas opacan el brillo de las capacidades de su gente, limitan sus posibilidades de progreso, dificultan la sinergia entre todos los habitantes; es un negro formado por la acumulación de pobreza a causa de la inequidad, es cierto que la economía ha crecido, pero también es cierto que se ha concentrado, generando ahora sí una periferia en la que las condiciones de vida difieren abismalmente de la existencia dentro de las murallas, permeadas por la prostitución pululante, expendio de sustancias prohibidas y muchas manifestaciones de ilegalidad, consecuencia tal vez de esta misma segregación;  de hecho, es una Cartagena cuya oscuridad, en pleno siglo XXI, no le ha permitido a algunos de sus habitantes en situación de vulnerabilidad conocer directamente el mar ni las grandes paredes de piedra que hacen famosa su ciudad.

 

 

Ahora bien, el estado dicromático de Cartagena hace mucho tiempo trascendió lo meramente geográfico, se transformó en lo inmaterial también, llegando al interior de sus habitantes, generando una Cartagena blanca, que sin importar su lugar de residencia o trabajo, es representada por la gente que de manera honrada se dispone cada día a ejecutar decentemente su trabajo con el propósito de obtener mejores condiciones para disfrutar de su familia o simplemente estar un paso más cerca de sus sueños, son cartageneros y cartageneras que sin generar ningún grito egocéntrico, a mínima escala contribuyen desde sus posibilidades a que la rueda siga girando y ojalá avance en línea recta en algún momento de manera incluyente.

 

 

Sin embargo, esa blancura carga con una sombra inmunda, cuya pestilencia hace una Cartagena negra que se compone principalmente de la doble moral, en la que gozamos de la aplicación de la ley para los otros pero queremos burlar la sanción propia con un billete a escondidas, una doble moral con la que se calla el crimen del prójimo cercano pero exacerbamos nuestras quejas a viva voz por lo complicada que se ha vuelto la ciudad; y  en consecuencia, ese negro encima de la ciudad se ha endurecido con la corrupción a todas las escalas, haciéndole pleitesías a pseudo doctores cuyas artimañas son un puñal para los más necesitados, personajes con contactos que acaban con la imagen de cualquiera a través de entramados hilos jurídicos o incluso personas del común que sin mayor poder se las arreglan para socavar las bases de la comunidad.

 

 

Como estamos al fin y al cabo en una misma ciudad, es inevitable una mixtura entre lo blanco y lo negro, obteniendo así el lado gris de Cartagena, tipificado en las problemáticas existentes que superan las fronteras geográficas internas, los valores de las personas, las distancias socio económicas y en definitiva afectan la ciudad en su totalidad; y  ejemplo de ello, es el gris de las aguas que inundan la ciudad cada vez que llueve, se ocasiona un caos de tal magnitud que es un fenómeno que sufren ricos, pobres, clase media, industrial, residencial, etc.; la naturaleza en busca de una acalorada homogenización, se encarga de dificultar con un mismo acto el statu quo de cada quien, ya que  cada inundación es el llanto de una ciudad que exige alivianar sus cargas, ser sostenible por fin ante la inclemencia del cambio climático.

 

 

La otra tonalidad de gris se siente con el incremento desmesurado de la inseguridad en todas las zonas cartageneras, por más exclusivo o popular que sea el barrio su vulnerabilidad a un acto delictivo es latente, sin importar el grado de frecuencia del delito el riesgo siempre existe; y

para que logremos dar colores a este blanco y negro, es imperativo recuperar la identidad, sentir con amor propio que la ciudad agoniza y es más que un montón de piedras, arena y cemento.

 

 

Para lograr el avance de la ciudad, es imperativo que se haga  con un cambio de actitud, germinar con las acciones diarias y  fortalecerse con el ejemplo articulado de todos, son muchas las herramientas que los ciudadanos tenemos para transformar el presente, para avanzar,  pero deben ser asumidas con un compromiso responsable de hacerlo primando el bienestar colectivo sobre la pretensión particular.

 

 

¿Cartageneros estamos dispuestos a asumir un heroísmo contemporáneo? ¿O preferimos el conformismo de una realidad retrograda de blanco y negro, con un arma gris que nos mata poco a poco? Basta de blancos, negros y grises, seamos una ciudad llena de colores, como nuestra esencia Caribe.                

 

 

 

 

  

 

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