Opinion

Fecha de publicación: Martes, 17 de Abril de 2018 Hora: 10:18:58

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Desde mi infancia me interese en el arte, especialmente en la pintura y en la escultura por intermedio del maestro sucreño Plinio Lambraño Flórez, lo visitaba en su casa en Corozal, siempre lo encontraba pintando o haciendo esculturas.

Esa fue la gran oportunidad para leer las diferentes temáticas de la pintura.


El dibujo, la escultura, la pintura, están íntimamente ligadas, es decir conllevan a una liberación, no hay nada que separe a una práctica de otra.

El arte está profundamente unido a las vivencias y es un trabajo de mucha disciplina.

Que hoy sea el motivo para hablar de Pablo Picasso, posiblemente ningún artista ha merecido tanta atención como él, en la historia del arte fue el primero en pintar gordas, evidentemente hay un cuadro titulado: Gordas corriendo en la playa.


El pintor Malagueño, desde el punto de la economía, veríamos que es la figura central utilizada por el nacimiento del monopolismo.

Deseaba evidentemente, de todo corazón, restituir al arte su valor de uso.

Quizás por ello parecía que la pintura estaba tocando fondo, y que alguna invención publica como el cine, habría de sustituirla.

Picasso le dio valor al lienzo.

Anteriormente pintores como Goya, el Greco, Velásquez le pintaban a la Iglesia y la nobleza.


Su antipatía por los nazis, la presión de un público politizado y su propio convencimiento le llevaron a afiliarse al partido comunista francés.

Como español y artista, el estallido de la guerra civil española afectó a Picasso en el más hondo de su ser.

Murió con una amargura: No volver a España a la que amaba inmensamente.

Una vez bailó con Antonio Gades en un restaurante chino de Cannes, y oyendo música flamenca se abrazó al poeta Rafael Alberti, llorando como un niño porque no podía volver a su patria por razones políticas.


Con el atrevimiento revolucionario del cubismo-precisamente con un excepcional estudio para la señoritas de AVIGÑON (1907), tales señoritas nada tenían que ver con la que fue residencia – exilio papal en Francia y mucho con la barcelonesa calle de Avinyó, donde había un burdel que frecuentaba el joven Picasso.


El sostenido afecto de Picasso por Barcelona se expresó en 1919 cuando el malagueño hizo entrega a la ciudad su famoso “Arlequin”.

Cuarenta años más tarde, en 1959, donaba a la ciudad ese soberbio museo Picasso, de la calle Moncada, único en el mundo, esta es una prueba irrefutable del cariño extrañable que Picasso profesaba por Barcelona.


Pocos años después, Picasso recordó con nostalgia cierto cuadro de su padre “Imagina una jaula con centenares de palomas” dijo a Jaime Sabartés, su amigo y secretario.

Miles de palomas, miles y miles, millones.

Sabartés encontró el cuadro.

Las representadas eran nueve y se trataba de una tela pequeña. Recientemente Fernando Botero inauguró exposición que dedica a Picasso en Francia, dos concepciones antagónicas de la pintura, donde Picasso deconstruye, Botero hiperconstruye las formas, el otro las ensalza, donde el primero pinta espanto y dolor; el segundo placidez y alegría.

La exposición antes de adentrarse en dos temas en la que la influencia picassiana de Botero es incuestionable: La tauromaquia y el mundo del circo.


Su gran amigo Rafael Alberti, escribió: “Cuando este rayo se marchó, aquel 8 de abril de 1973, pareció que los elementos terrestres y celestes, en una abierta confabulación se desencadenaron, enfurecidos para recibirlo”.

Picasso murió en el Castillo de los Papas en la colina de Mougins, en la ciudad francesa de Aviñón, cerca de Cannes, a orillas del Ródano.

Por un capricho de la naturaleza, y aunque era el mes de abril una violenta tormenta de nieve y truenos les acompañó en este último viaje.


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