Opinion

Fecha de publicación: Jueves, 27 de Abril de 2023 Hora: 09:47:47

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LA PRESENTE COLUMNA NO REFLEJA EL PENSAMIENTO GENERAL DE ESTE PORTAL DE NOTICIAS,  SON CONCEPTOS NETAMENTE PERSONALES DEL ESCRITOR

 

Por CÉSAR PIÓN GONZÁLEZ – Concejal de Cartagena

 

Un exalcalde y empresario de la ciudad me dijo un día: “El problema no es decirlo, es hacerlo” y desde ese día me he dado cuenta de que la mayoría de ciudadanos opinamos y arreglamos la ciudad de boquilla, construimos, culpamos a terceros, denigramos del prójimo y nos convertimos en filósofos y en jueces condenatorios de única instancia.

 

Las palabras de posesión del contralor encargado, Miguel Martínez, deberían ser el pan diario: “Pero les aseguro que en mi estancia corta, mucho o poca, no voy a permitir que se avinagre la situación y manejo de la administración en lo que tiene que ver en los juicios de responsabilidad fiscal y auditoría...

me permito cerrar con una frase de Martin Luther King: ‘No preocupa tanto la maldad de la gente mala sino la falta de solidaridad y el silencio pasmoso de la gente buena”’.

 

Un silencio que ha permitido que la ciudad se destruya, un silencio para no contrariar y perder nuestros intereses personales, políticos y empresariales, o una algarabía aparente como lavada de manos o cortina de humo, mientras la víbora del deterioro humano y social sigue su curso tragando y mordiendo a quien le pise en el camino.

 

Escuchar las calderetas sonar y rodar bajando de las lomas no concuerda en la historia con control fiscal y los hallazgos y connotaciones penales que finalmente se esfuman en la ciudad de las maravillas; basta sumar el funcionamiento e inversión de la Contraloría en algunas partes del país vs los pagos del detrimento fiscal y condenados pudiendo suponer y decir que presuntamente se aplica el mejor estilo de Alfred Hitchcock, donde una mano peluda e invisible acomoda y destruye evidencias por puestos o platas.

 

 

 

Por eso las coaliciones de políticos para elegir órganos de control se convierten en espadas de Damocles más que en el san Miguel de la democracia, sin embargo, dice el filósofo Rubén Buber: “Los conflictos entre maestro y discípulo no son evitables, ni deben ser evitados por principio, pero en el momento en que se presentan han de servir para que el alumno vencido asimile la derrota y encuentre en el maestro la palabra de cariño necesaria.

Si el vencido es el profesor, la humildad se impone, sin caer en el masoquismo que destruya la necesaria confianza del alumno.

Siempre es necesario compromiso en la verdad de la persona”.

 

Hoy a los mortales nos mata la ceguera, el acomodo terrenal, administrativo y político, hambre, necesidad y miedo, convirtiéndonos en peleles que como Pilatos y pandémicos nos lavamos las manos para no “infectarnos”; “El verdadero pensador parecerá un extraño: alza su voz para lanzar un mensaje que nunca formará parte de la opinión pública”, Nietzsche.

 

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